Disertar sobre la muerte, ¿por dónde empiezo? ¿La
muerte?
Busco en el diccionario y leo:
Muerte.
(Del
lat. mors, mortis).
1. f.
Cesación o término de la vida.
2. f. En el pensamiento
tradicional, separación del cuerpo y el alma.
Sigo rebuscando entre libros y
encuentro:
Mors:
Divinidad de tipo femenino, contrariamente a lo que ocurre con el Tánato griego, que en Roma personificaba
a la muerte.
Sólo hay una doble certeza y es que la
muerte es cierta y que desconocemos lo que es.
La gente se pregunta sobre la muerte
biológica, sobre lo que es. Se interesa por la historia de la muerte a través
de los siglos: ¿cómo se veía la muerte en la Edad Media, por ejemplo?
La pregunta es:
¿qué es la muerte?, ¿qué es «morir»?
Pensar en la muerte es pensar en nuestra
naturaleza mortal y en la existencia de otra vida más allá de la muerte. Este
es el corazón de todas las religiones, de todos los pensamientos
Para los judíos, la muerte aparece en
la Biblia con la creación del hombre. Para ellos, antes de esto, la muerte no existía.
En la antigüedad pagana, el pez
simbolizaba el agua y también la muerte porque el hombre no podía vivir en
ella. Los cristianos de los tres siglos primeros convirtieron esa figura en símbolo
de la vida.
En el pensamiento judeo-cristiano, la
muerte es la consecuencia del pecado original cometido por Adán y Eva: «el día
en que comas de él, tendrás que morir» (Gn 2, 17).
El hindú se siente viajero en un
camino sin término. La vida terrestre actual sólo es un paso, un paréntesis
precedido y seguido por otros.
En el mundo indio, de donde sale el
budismo, vida y muerte, para todas las criaturas (no sólo para el ser humano)
se repiten en un ciclo llamado samsara
(errancia).
Los católicos tienen una concepción sobrenatural
de la vida y de la muerte: ““La muerte es el final de la vida terrena.”
Los filósofos nos
hablan también de la muerte:
Sócrates afirma:
"Temer a la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo, pues es creer saber lo que no se
sabe".
En Aristóteles
dice sobre la muerte: "se trata de saber cómo vivir una vida a sabiendas
temporal, pero con sentido".
Platón afirmó que la filosofía es una
meditación de la muerte.
Yo no soy filósofo, ni teólogo…pero
¡claro que he pensado en la muerte!
La muerte es algo a lo que todos nos
enfrentamos, muchas veces, a lo largo de
nuestras vidas, ¡aunque sólo tengamos un puñado de años! No es un tema del que
sólo se preocupen los mayores, los ancianos, los enfermos, los angustiados… La
muerte está ahí, es real, todos lo sabemos.
Pero estamos “preparados para una
muerte natural”: sabemos que llega un momento en el que nuestros mayores se van
(¡al cielo nos dicen desde pequeños!), dejamos de verlos, lloramos, nos
angustiamos, nos agobiamos, tenemos miedo…
Aunque hay muertes para las que nos
estamos preparados, ¡son muertes incomprensibles!
No sé en qué momento nos podemos
empezar a preparar para ella. Sólo sé que me enfrenté muy pequeño, niño e
inocente, a la muerte de alguien muy importante para mí, todo lo importante que
puede ser un AMIGO, en mayúsculas. Conocí la muerte con mi amigo Agustín.
Agustín murió cuando teníamos 13 años.
Nuestras vidas pasaban entre deberes, risas, cómics manga (¡Agus era un poco
friki por culpa de sus hermanas!) e intentar convencer a mis padres de que me
regalaran la Play 2. Pasábamos las tardes con esas grandes preocupaciones.
Un día me contó que iba a faltar al
cole porque “le dolía la pierna”. A partir de ese momento todo cambió: médicos,
pruebas, quimio… Iba por las tardes a su casa a hacer los deberes con él,
jugábamos, bromeábamos, le ponía al día de las cosas de la clase, ¡seguro que
hacíamos un repaso de las niñas que nos gustaban! También rajábamos de los
“malotillos” de la clase.
Pensábamos que todo iba mejorando: él
viajaba a Pamplona a menudo y, cuando volvía,
yo lo veía nuevo. Además, en el cole todos estaban volcados con él (se
organizaban rifas y otras cosas para ayudar a su familia con los gastos a los
que se enfrentaban).
Teníamos esperanza, ¡nunca la
perdimos!
Pasó un tiempo, mucho o poco, ¡no lo
sé!
Una tarde, mientras entrenaba,
llamaron a casa. Mis padres se preparaban para darme la noticia. Llegué y
sonaba el teléfono. Lo cogí y un compañero de clase, amigo nuestro, me dijo: “Pablo, ¡que Agus se ha muerto! No
me lo podía creer. No contesté. Al cabo de unos segundos, en shock y sin
responder, sin articular palabra, colgué.
Mis padres estaban detrás de mí y,
cuando los miré, entendí que conocían la noticia. Me dijeron que iban al
tanatorio y me preguntaron si quería ir. Preferí no hacerlo.
A la mañana siguiente fuimos al
cementerio para asistir a su funeral. Yo aún no había llorado, no reaccionaba…
Entré a la sala y su madre, al verme,
se levantó, me abrazó y me dijo: “Pablo, ¡qué grande! Tienes pelusilla. ¡A Agus
no le ha dado tiempo! ”
Podría seguir contando mil detalles,
pero prefiero no hacerlo.
Esta es la historia de mi primer
contacto con la muerte. Agustín, mi amigo, se fue. Esa vez ¡no le podía
acompañar!
¿Qué es la muerte para mí? Dejar de
ver a alguien, un final o un principio. Es aprender a hablar con esa persona de
otra manera, saber que está contigo de otro modo. Es confundir las leyes de la
física, es romper las barreras de lo real, es ser dueño de tus recuerdos, es
seguir esperanzados. Sé que Agus está conmigo siempre, aunque no lo vea.
Sé que la muerte es común a todos, que
no distingue de edades, de culturas, de razas, de momentos, de historias…
Quizás sea por eso por lo que se ha
llevado tantas horas de profunda reflexión en el interior de las personas.
Quizás sea por esto también que “la
muerte es cierta y desconocida”.
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Jorge Manrique